Te levantas y tienes que salir a la calle a cumplir con tu
función social, esa de mantener a los otros informados, de decir la verdad, de
andar a la “viva” porque los tiempos no creen en fantasmas, desde hace casi un
año un potente virus azota y mata, el país, como el mundo vive una crisis de la
economía y arrecia el infame bloqueo impuesto por un sistema que pierde
prestigio a diario.
Sales y te encuentras a mucha gente arriesgando el pellejo para
salvar la vida de otros que se contagiaron. Personas que tienen hijos, padres,
hermanos, parejas, amigos y vecinos y hace casi un año no los abrazan, no los
besan, hablan de lejos, solo pueden reunirse en familia cuando un día detrás
del otro trae la prueba negativa, y el asilamiento establecido por los
protocolos.
Cumples con las medidas de bioseguridad, las manos ásperas de
tantas soluciones alcohólicas, desinfectantes, los labios secos, detrás de la
mascarilla que pierde el color a causa del cloro, del sol, la sonrisa cubierta
y los ojos que lo miran todo: al que anda sin la debida protección a riesgo de
contagiar a sus semejantes, los que persisten en hacer colas, aglomerarse,
revender productos que son escasos, a la muchacha que patrulla el parque, a
quienes, a pesar de todo, escriben poesía.
Te vas a tomar el pulso a la vida, y allá en cualquier punto
cardinal del territorio donde vives aparece un jovencito, recién graduado de
ingeniero en la Universidad, que vive en una localidad distante, que amanece
embarrado de grasa y hollín porque hay que producir azúcar, esa que se exporta
para que entre un “dinerito” al país y se pueda comprar, haciendo malabares, la
medicina para un niño que espera en la sala de un hospital con la cabeza calva.
Piensas en que tienes a un hijo cerca que no sale de casa, que
estudia una carrera en la universidad y sueña con volver a las aulas con sus
amigos, compañeros, profesores, satisfacer la necesidad del conocimiento, el
otro a 100 kilómetros, sin la mínima idea de cuando puedas abrazarlo y compartir
con los nietos que crecen sin apenas conocerte.
Ahora mismo los hay en una sala de terapia intensiva arrugando el
seño porque la paciente asmática está crítica, y se entera que aunque bajó la
cifra de contagios por el mortal virus, un colega de 49 años perdió su vida,
valiosa, llena de proyectos, y te jode cuando te enteras que un grupito de
desalmados, inconscientes en pleno rebrote, fueron a protagonizar un
espectáculo y tratar de desestabilizar la institucionalidad en un estado de
derecho con una carta magna transformadora, y refrendada por una pila de
coterráneos.
Más tarde cuando tienes tiempo de echar una mirada a las redes
sociales, esas que inventaron los poderosos para manipular a los ingenuos, te
das cuenta que el show estaba preparado, ensayado y anunciado, que la Embajada
del país más poderoso (y ahora mismo desprestigiado) se “preocupa” por la
“violencia” contra unos “pacíficos” jóvenes…
No te queda de otra que volver al Maestro, el que nació hace 168
años; pero que escribió anoche para alertarnos: "Pero no augura, sino
certifica, el que observa cómo en los Estados Unidos, en vez de apretarse las
causas de unión, se aflojan; en vez de resolverse los problemas de la
humanidad, se reproducen; en vez de amalgamarse en la política nacional las
localidades, la dividen y la enconan"
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