lunes, 1 de abril de 2019

Núñez, fundador de tanto

 
Nuñez recibe el sello de manos del presidente de la asamblea del Poder Popular en La Habana
 A Orlando Núñez los años le pesan en la espalda, con ellos a cuesta subió al escenario a recibir el Sello por los 500 años de La Habana,  en el Concierto 100 de Silvio Rodríguez.
     La Asamblea provincial del Poder Popular en la capital decidió otorgar el reconocimiento al trovador, primer ciudadano en recibirlo; pero Silvio en gesto humano y divino cedió el honor a Núñez, “fundador de Ojalá y de tantas cosas” dijo el autor de Unicornio ante un auditorio numeroso, en la barriada de Jesús del Monte, en la tarde-noche del viernes último.
      Núñez cumplirá 70 años de trabajo en este 2019, siempre en el sector de la cultura y desde hace 24 en Ojalá, la Oficina del trovador a la cual llegó para fundarla y echar raíces junto a un grupo de gente laboriosa que Silvio les suele llamar los “invisibles-imprescindibles”.
      Con sus más de 85 años de vida el hombre de pelo cano y mirada intensa recibió el Sello dorado, aparentemente sin inmutarse, y volvió a sentarse bien cerca de donde el trovador regalaba canciones antológicas para no perder un detalle y tararearlas muy quedo, como para retenerlas por siempre.
      El concierto 100 trajo emociones diversas, desde el encuentro de seguidores del trovador de varias latitudes del mundo, el premio Pablo a la Gira Interminable, como bautizaron estas cruzadas por comunidades periféricas de la ciudad capital y otras del país, hasta la presencia de Yoruba Andabo, agrupación afrocubana invitada en esta ocasión, y que puso a bailar al más pinto en la tarde de marras.
      Silvio mencionó a las personas que en todo este tiempo le han acompañado en la noble misión de llevar la música y la cultura a lugares desfavorecidos, y evocó aquel primer concierto en septiembre del año 2010:
      “Esta etapa de los conciertos en los barrios empezó de pronto un día, hace ya algunos años. Surgió de la invitación de este compañero, el Mayor José Álvarez López, que atendía a La Corbata, un barrio de realidades precarias. Aquella experiencia, que nosotros hicimos por solidaridad, resultó muy gratificante y por eso la quisimos repetir en otro barrio, y después en otro, y aquí estamos…”
      La tarde se fue volviendo noche y la barriada capitalina de Jesús del Monte, por donde el 27 de enero pasó un tornado que echó abajo techos, paredes, árboles, tanques, autos y todo lo que encontró en su camino, era un multitudinario coro, cuyas voces afinadas unas y otras no tanto, gritaban al viento que “la era está pariendo un corazón”, “Eva deja de ser costilla” o “Te amaré, en lo profundo…”
      Silvio, sin perder un detalle recordó a los artistas e intelectuales que en estos años fueron invitados y ya no están en este mundo, y evocó al Santiago Feliú, quien partió antes de tiempo y ese propio día cumpliría 57 años.
      Para Bárbara se dejó escuchar con la visible emoción del juglar y de todos los que sintieron ahogarse la brisa, inagotable, azul infinita…   Mientras Lucy llevaba a punta de bolígrafo cada uno de los temas salidos de los acordes, Niurka desplegaba alas, los músicos vibraban, Olimpia se esmeraba en los controles de grabación, Mirtha, Amín, Pepín, Soca, Kaloian y tantos “imprescindibles” apasionados consumaban sus actos, casi heroicos.
      En el concierto del 7 de diciembre de 2013, en el barrio de La Marina, en Matanzas, en conversación exclusiva con esta periodista, precisamente sobre sus giras por los barrios, Silvio dijo:
     “Estar con la gente, es también una deuda que pago, porque yo salí de ahí; pero he tenido la suerte de que mi música se escuche… es la única forma que yo tengo de pagarle a este pueblo que es de donde yo salí en definitiva...  darle lo que sé hacer, lo que tengo, lo que he podido lograr, dárselo, dárselo y dárselo…”
       Es lo que ha hecho, es lo que hace y la gente acude y ese es el gran premio, y Núñez, con sus años a la espalda lo sabe, es cómplice, y sentado muy cerca del escenario, casi en susurro forma parte de ese coro gigante, delirante: “soy feliz, soy un hombre feliz y quiero que me perdonen por este día, los muertos de mi felicidad”.