A propósito de la acción teatral que tendrá lugar el venidero 22 de junio, en el parque de Pueblo Nuevo, en Matanzas, a unos 100 kilómetros al este de La Habana, comparto estas notas del director de la Casa de la Memoria Escénica en Matanzas, además mi buen amigo Ulises Rodríguez Febles, a quien agradezco este material.
Este espectáculo desde sus simientes pretende ser un canto a la amistad y al amor entre los seres humanos. Una denuncia contra la intolerancia y el racismo en cualquier época y sociedad.
Requirió de la investigación profunda. De los significados antropológicos del agua y el fuego en las culturas hispanas y negras en la ciudad de Matanzas, que tienen su origen en Europa y África. De desentrañar las danzas, los cantos tradicionales rescatados y protegidos en textos de investigadores matanceros como Israel Moliner Castañeda o Ernesto Chávez, a los que agradecemos ayudarnos a imaginar los ambientes, las circunstancias, los símbolos y espíritus; pero especialmente el ritual de la quema del muñeco de San Juan.
Pretende también ser una síntesis de culturas, del abarcador signo que produjeron en la memoria de la nación. Son un resultado del legado de las interacciones culturales que la modernidad ha ido erosionando con el tiempo.
Sobre los vestigios de lo que ha ido quedando, se escribe esta historia y se crea el espectáculo de Teatro El Mirón Cubano.
Los códigos estéticos, sociales, psicológicos se fusionan y hacen contrastar en la dramaturgia espectacular, la que uno ve cuando en un espacio de la ciudad, ante nuestros ojos nace y crece el espectáculo. Una visión que se concibe desde la colaboración y los sueños de muchos creadores. Desde el dolor, la esperanza y la teatralidad de los espacios y los personajes que nacen, como de una semilla, para andar, y convertirse en la poesía de la memoria de una nación. Un hombre irrumpe en la cotidianidad y da inicio a la especulación teatral.
Escucharán los sonidos de los caracoles y las campanas. Sentirán la presencia de Yewá.
Las madres, como una sola, cantaran a sus hijos, mecidos, entre sus brazos, con la fe que guardan sus cuerpos hirvientes, y la esperanza de que en el mundo haya paz.
Lo que vuela – quizás – es una paloma, que se pierde sobre los tejados, y que puede ser divisada en cualquier parte del universo. En La otra historia sobre la niña Cecilia, unos verán a un personaje quemarse en el fuego; y otros lo verán remontar el vuelo hacia lo alto, quizás al sol, para arder infinitamente en un acto efímero, pero trascendente de la condición humana.
Ulises Rodríguez Febles.
Dramaturgo
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