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En la acera, frente a la otrora casa de Yosvani quedaron para | siempre los nombres grabados en el cemento |
A Yosvani, que desde algún lugar del universo me sonríe...
Una
noche de noviembre, no importa cuándo exactamente, se fue al mar. Después de
intentar abandonar Cuba una decena de ocasiones, esta vez creyó sentirse
realizado.
Con
un numeroso grupo, entre los que se encontraban otros jóvenes, mujeres y niños,
confió en personas inescrupulosas que por tal de ganar dinero, subieron a una
lancha de paseo a muchos más seres humanos de los que en realidad soportaba la
embarcación.
Todavía,
a pesar de que transcurrió el tiempo, hay familiares de aquellos náufragos que
no desmayan en averiguar. Las autoridades los declararon desaparecidos en alta
mar, y nadie sabe cómo ocurrió el desenlace de más de 30 seres en una lancha
donde solo había capacidad para ocho.
Yosvani
era un joven querido por su familia y por sus amigos. Jodedor y dicharachero,
con oficio de chofer, trabajo todo el año, novias, una moto para pasear y el
don de sonreír siempre.