martes, 17 de enero de 2017

El balsero y la mariposita (tomado de Crónicas de mi Aldea)



  En la acera, frente a la otrora casa de Yosvani quedaron para
siempre los nombres grabados en el cemento



                                                            A Yosvani, que desde algún lugar del universo me sonríe...

Una noche de noviembre, no importa cuándo exactamente, se fue al mar. Después de intentar abandonar Cuba una decena de ocasiones, esta vez creyó sentirse realizado.
Con un numeroso grupo, entre los que se encontraban otros jóvenes, mujeres y niños, confió en personas inescrupulosas que por tal de ganar dinero, subieron a una lancha de paseo a muchos más seres humanos de los que en realidad soportaba la embarcación.
Todavía, a pesar de que transcurrió el tiempo, hay familiares de aquellos náufragos que no desmayan en averiguar. Las autoridades los declararon desaparecidos en alta mar, y nadie sabe cómo ocurrió el desenlace de más de 30 seres en una lancha donde solo había capacidad para ocho.
Yosvani era un joven querido por su familia y por sus amigos. Jodedor y dicharachero, con oficio de chofer, trabajo todo el año, novias, una moto para pasear y el don de sonreír siempre.

Tal vez demasiado consentido por sus padres, o carente de una orientación correcta, se empecinó en irse de la Isla detrás de los cantos de sirena. No significaron nada las alertas de algunos amigos para que no cometiera la locura de abordar ilegalmente un navío. Era también de esas personas obcecadas que no razonan ante argumentos contundentes.
Muchos cubanos perdieron la vida en el intento de cruzar el estrecho de la Florida, pero como dice el viejo refrán: “Nadie escarmienta por cabeza ajena”.
Los padres en desafortunadas oportunidades tratan de sobreproteger a sus hijos sin evaluar consecuencias. Tal fue el caso de Yosvani.
Nunca fue a la escuela en el campo porque la madre se encargó, desde que pudo, en armar un expediente médico que demostrara que el muchachito se orinaba en la cama. Así tampoco acudió como la mayoría de los varones al servicio militar; aunque sus sábanas dejaron de mojarse apenas cumplió el primer año de vida.
Yosvani creció al amparo de su madre, con el consentimiento de su padre, quienes después no tuvieron fuerzas ni razones para impedirle que cometiera la locura inmensa de embarcarse en una lancha y lanzarse a alta mar en busca del sueño que le costó la vida.
Desde que Bárbara María conoció de lo acontecido la fatídica noche de noviembre, incansable rastreó noticias; pero la realidad fue cruel. Más de 30 personas desaparecidas en el mar, que luego de la intensa búsqueda, no dieron señales de vida alguna en la inmensidad del estrecho floridano.
Muchas opiniones y pocas respuestas. La madre dejó este mundo un tiempo después y el padre no recuperó nunca ni la alegría, ni el sosiego, hasta que también cerró los ojos definitivamente.
En la distancia, Bárbara María prefiere recordarle dando vueltas en la bicicleta por las calles angostas del ingenio, o el día aquel en que ella celebraba sus 15 años, y él, que no levantaba aún tres cuartas del piso, la vio salir con el vestido blanco de fino encaje y holganza, y con sus preciosos ojos de largas pestañas le dijo admirado: ¡Ay, Tata, pareces una mariposita!


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