(De la serie: CRÓNICAS DE MI ALDEA)
Ante la pregunta quedó atónita, hizo evasión. Prefirió organizar ideas.
Sin desesperarse repasó los últimos años de su vida y se vio joven, linda, feliz, virgen, enamorada de la vida, lista para emprender cualquier empeño con el corazón radiante.
¡Qué curioso! A los 19 años se siente el ser humano atrevido, dueño del mundo y de ese pequeño mundo que encierra el círculo familiar, no hay temores y de ninguna manera existe silencio.
Ella, a los 19 años…quedó pensativa otra vez y vio en ese instante uno a uno los acontecimientos, igual a los 24 fotogramas por segundo del clásico cinematógrafo:
-
¿Qué ocurre? Preguntó aquella mañana, quién es el próximo candidato?
Transcurría la primavera del año 1980 en Cuba. Después de los incidentes
acaecidos en la embajada de Perú, en la capital, cuando personas inescrupulosas
asesinaron a uno de sus custodios y se introdujeron a la sede diplomática por
la fuerza, alegando que querían salir del país, el gobierno habilitó en el
puerto del Mariel
una especie de terminal marítima, por donde salieron aquellos y otros miles que
no querían vivir en la Isla.
En esa pléyade partieron muchos incitados por familiares que ya residían en los
Estados Unidos, quienes alquilaban embarcaciones para llevar a sus parientes
hacia el llamado “paraíso”.
El éxodo de cubanos por el puerto del Mariel provocó la división entre
numerosas familias.
Ella
repitió la pregunta: ¿Es que no me van a decir quién es el próximo?
De
pronto vio que algunos rostros se contraían y otros se daban la vuelta, hasta
que por fin compañeros más cercanos le tomaron del brazo y separándola de la
multitud que esperaba para “hacer un acto de repudio” a quien decidió “brincar
el charco”, le sugirieron acompañarla hasta su casa porque:
-
El próximo es tu
hermano…
Una ráfaga cruzó su frente, nubló los ojos, se estrelló contra el pecho…no
había escuchado bien, no entendió la broma?
Toda la tierra se abrió bajo sus pies que se tornaron torpes, pero insistió en
caminar.
Cuando abrió los ojos estaba sentada en la sala de su casa, llena de gente que
murmuraban, su madre en una cama con la mirada marchita y una mueca indefinida
en el rostro.
-
Le bajó la presión…
Atinó a decir una vecina para que ella no se diera cuenta del dolor de aquella
mujer, siempre tan fuerte, decidida, capaz de contagiar con su alegría todo su
entorno.
Su hermano!! El que la llevaba a las fiestas de 15, a las “descarguitas”, con
quien aprendió a bailar casino, a escuchar a Los
Beatles, a
Silvio, a leer a Víctor
Hugo,
Shakespeare, Dostoievsky
…
El que pidió que ella viniera al mundo, le escogió el nombre. Al que le
guardaban la comida preferida para el fin de semana: “para cuando venga de la
beca” solía decir la madre.
Su
hermano!! Por quien se desesperaba si llegaba tarde, quien le pegó el
sarampión, por quien se desveló, siendo muy pequeña, cuando le diagnosticaron
hepatitis…el mismo a quien sirvió de madrina en su boda porque la madre exhibía
un yeso en el pie derecho, con quien bailó el vals de los 15, vestida de
mariposa y con el pelo bien largo, como a él le gustaba…
No, definitivamente no lo podía creer.
Aún sin fuerzas sobre el sillón, cuando se percató de la magnitud de lo
que estaba ocurriendo, se estremeció y lloró con miedo, desespero, furia,
lástima…
Junto con las lágrimas volvieron los recuerdos y evocaba la mesa servida, el
jolgorio cuando la abuela hacía el fricasé, al gato Pancho de la tía que salía
como un bólido cuando irrumpían (ella y él) en la sala de la casa… y el día en
que le prometió que nunca la dejaría sola.
Aún
sin reponerse, desorientada, con la casa llena de gente, alguien dijo que
habían venido a buscarla:
-
Tienes que ir al
acto de repudio…
Y
salió con la cara enrojecida y gritó que no iba a ningún lugar, que no podía
tirar huevos a su hermano, porque él había nacido por donde mismo nació ella,
que su madre estaba encima de la cama, que si él quería irse que se fuera…ella
no tenía la culpa, y no iba…
Después…los días sucedieron a las noches y viceversa. Sufrir cada fin de semana
con el cuarto plato en la mesa. Lo ponía instintivamente su madre, y al notarlo,
su padre se levantaba abruptamente y se encerraba en el cuarto de baño; mientras,
a cualquier hora, la madre lloraba…
Las primeras cartas, las otras, los llantos callados, las crisis.
Más cartas, siempre con aquellos “los quiero mucho, aunque estoy lejos…”
Soportar con estoicismo las miradas de mucha gente, los comentarios: “mira, ahí
va…esa es la muchacha a quien su hermano se le fue por el Mariel”.
En el tiempo, que caminaba plano, el novio celoso, los estudios, el otro novio,
matrimonio…el niño que nació y que sus abuelos preferían llamarle por el
segundo nombre, el del hijo que se fue. Las amigas solían decir: “mira!!
Si es igualito a su tío”.
Complacer a su mamá, dar infinita ternura se convirtió en la máxima razón unido
a los estudios en la universidad, hasta aquel día cuando amaneció negro.
La madre no abrió los ojos aquella mañana y
no respondió a los llamados para que tomase el café en la cama. Estaba de pase
del hospital, donde estudios clínicos iban a determinar por qué aquellos
mareos.
Urgencia para otro hospital: - Doctora, no reacciona, no me responde…
Y la especialista, impecablemente vestida de verde, el color de terapia
intensiva:
- No te preocupes, es una mujer fuerte y aún joven; pero tienes que estar
preparada para lo peor, por si no obedece a los medicamentos.
- Estás
aquí sola? Hay alguna otra familia? Tienes hermanos…?
Ella, pálida, nerviosa, no pudo responder. En apenas 11 horas le estaban
dando la noticia, rápida, de frente, dura, tan dura!!! Que no supo como asumir.
Dos
bofetadas en pleno rostro le recordaron en ese instante que ya no tenía madre,
se había ido, que estaba totalmente sola, que su padre lloraba escondiéndose y
que su
niñito cumpliría en 17 días el primer año de vida.
Numerosos amigos venían a compartir el dolor y preguntaban, casi en susurro:
¿Avisaste?
El féretro cerrado, tal y como la madre había pedido, desde hacía muchísimo
tiempo, a los dos, inclusive, “para que me recuerden siempre sonriendo y feliz”
les había dicho.
Por la línea telefónica todo es frío e impersonal. Le contaron que él quedó
mudo, inerte, sin saber qué decir.
Al cabo de los días, en el vestíbulo del departamento de anatomía patológica,
el médico y amigo daba las conclusiones de aquella autopsia, de la cual no
quería acordarse: “Tienes que ser fuerte, es preferible que sucediera así. Era
un tumor
grado IV, asintomático, agresivo, fulminante”.
Aprehenderse al cuidado de su hijo, quien preguntaba por “Aya” a toda hora,
buscándola en cada rincón de la casa y señalando para la fotografía en sepia
colgada en la pared del cuarto del abuelo.
Aprender
a andar nuevamente, estrenándose como madre, concluyendo sus estudios
universitarios y escuchando las mil y una anécdotas del padre, todavía
enamorado de aquella mujer que se fue sin despedirse.
Justo en ese momento, el colega, sentado frente a ella, dando el último vistazo
a la nota que redactaba, tal vez con deseos de filosofar, volvía a inquirir:
-
Bueno chica, no vas a decirme cuál ha sido el peor momento de tu vida?...
“Decimo cuarto día”. Grande Carilda muy atrevido su “desorden”, sin lugar a dudas una gloria de nuestra cultura. Su “En carne propia” me dejo en vilo. Larga y ardua la tarea de acariciar tantas cicatrices, pero mucho más amena he enriquecedora que ahondar heridas. En ocasiones quiero que pase el tiempo y dejar tanto horror atrás, lejos muy lejos. ¡Cuanto desencuentro por intereses políticos, cuantas victimas! Cuando leo comentarios como el del rescate de la tumba y la obra de Virgilio, creo que se anda en la dirección correcta. Ojala que así sea.
ResponderEliminarSaludos.
Dan ganas de echarse a llorar...
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