(De la serie "Crónicas de mi Aldea")
XIV
Con Olguita, en Villa Turbina, mucho tiempo después... |
El abuelo Miguel Espínola, fue todo un personaje en el ingenio, primero
por su manera de decir las cosas, contar anécdotas, ser desprendido con sus
semejantes, segundo porque era uno de los mejores seres humanos que vio Bárbara
María en la historia, y tercero porque era Miguel Espínola, alguien irrepetible…
A
su casa, una amplia quinta, casi a las afueras del batey, se llegaba por dos
caminos, por el que conducía a los “chalets” de los mister, otrora dueños del ingenio,
doblando a mano izquierda antes de llegar a la primera de las edificaciones; o
por la vía paralela al barrio de La
Morera , bordeando la línea del ferrocarril y tomando a la
derecha.
En
su cómoda terraza se podía disfrutar de limonadas, naranjadas o batidos de la
fruta de estación que la abuela Fele traía complaciente y sonriente, con su
rostro espléndido y el pelo cano, de anciana venerable. El patio era pródigo en
árboles robustos.
Bobó, siempre tenía un cuento distinto, hablaba alto y gesticulaba con
carisma, y conquistaba al auditorio, que de vez en vez por las tardes acudían
también a la terraza de marras a degustar un trago de “alcolifán” muy de moda
en aquellos tiempos de escaseces, cuando todavía el Havana Club era sólo sueño
en vitrinas de “diplotiendas” en muy específicos sitios de la geografía…
Bárbara María y Olguita, solían pasar muchas tardes en casa del abuelo
Miguel, sobre todo en tiempo de verano, se escurrían hasta el fondo del gran
patio, desde donde partía la génesis para el regadío de cuánta planta florecía
en aquella especie de organopónico gigante.
El
calor y el sol permitían darse un ligero baño en el sitio donde se guardaba
agua, una especie de poceta, y si se agregaba un poquito de sal, pues bronceaba
la piel y emparejaba, al menos algo, para no llegar en bikini, a la playa el
primer domingo de la temporada muy parecidas a un pomo de yogurt, después del
invierno.
Fue
popular entre el grupo de muchachos y muchachas, preguntar a Bárbara M. y
Olguita, por aquellos días cuando organizaban la esperada excursión hacia
Varadero, distante a unos treinta y tantos kilómetros del ingenio: “fueron ya a Villa Turbina…”
Miguel, a donde quiera que esté en estos mismos instantes, en el paraíso
o en el infierno, recordará aquellos días con singular sonrisa, porque era
cómplice incondicional para que dos buenas amigas presumieran “doraditas” ante
los jovencitos del grupo que siempre andaban dando vueltas...
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Jajaja, yo también me bañé en la Villa Turbina de mi pueblo, que diga, de mi campo.... jajajajajaja. Me gustan esas crónicas.
ResponderEliminarEl aprendizaje con Radio y TV Martí #Cuba http://cubalaopinion.blogspot.com/2012/09/el-aprendizaje-con-radio-y-tv-marti.html
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