(de Crónicas de mi Aldea, libro en preparación)
En cada lugar de este mundo existen
personajes que sobresalen por alguna determinada razón. Unos porque son
inteligentes, otros porque son excesivamente brutos; los hay que quieren vivir
fuera de la ley, y otros porque, simplemente, están locos...
El ingenio no escapaba a tal afirmación, tal
vez las novedades se conocían y caminaban demasiado pronto, debido a aquel
proverbio que repiten los de más acumulada experiencia: "En pueblo
chiquito, infierno grande"
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Las calles del ingenio actualmente |
Tongo, que en realidad se llamaba Antonio,
fue hombre de trabajo, tuvo varios hijos varones y una hembra; su esposa era,
literalmente, un amor de persona.
Vivían en una casa amplia y cómoda, por los ventanales de barrotes se
colaba la brisa a toda hora. Como era una construcción de madera con techo de
tejas, se facilitaba la ventilación.
Sentarse en el portal de aquella modesta vivienda
a la sombra de los árboles de chirimoya, mango, aguacate o mamey resultaba
agradable y relajante.
Solo que Tongo tenía un carácter bastante
impulsivo y por las cosas que hacía, rayanas en el arrebato, mucha gente en el
ingenio más que respetarlo, le temía y cada vez menos muchachos se acercaban
para buscar los mangos maduros que reposaban debajo de las matas, o para
arrancar la dulce y olorosa guayaba, porque el hombre casi poseído, salía
gritando improperios lo mismo con un machete, que con una guataca en la mano,
dependía, claro está, de la labor que estuviera realizando en aquel momento.
La madre de Bárbara María mostraba gran
afecto por el señor, que tal vez vino de Islas Canarias a echar raíces en
aquellas tierras fértiles, y también por Lolita, la esposa.
Siempre que en el trayecto para casa de la
abuela "Caicá" había que transitar cerca de la morada de madera y tejas donde Tongo tenía
su emporio, saludaba y conversaba brevemente con la mujer, evitando la
invitación a sentarse en el portal. Amalia también sentía cierta sensación de
miedo cuando recordaba los desplantes de Tongo.
En una ocasión el isleño alimentaba a su vaca
predilecta, animal que comía de su mano. Le daba cogollos de caña fresca en
abundantes porciones, al punto que el rumiante mostraba incomodidad y devolvía
la gramínea.
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Pudiera ser la vaca... |
La esposa cariñosa y dulce le suplicó que no
siguiera dando más alimento al animal, y Tongo, con los ojos encendidos por la
furia, haciendo galas de ser uno de esos personajes que pasan a la historia de
los pueblos chiquitos, gritó desaforadamente: "Cada vez que le pregunto si
quiere más, me dice que sí con la cabeza. Por lo tanto le estaré dando caña
hasta que me diga que no...
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