lunes, 25 de marzo de 2013

Porcelanas...




Cada una de las piezas atesoraba una historia. Muchas de ellas aparecen aún en el álbum de fotografías de la boda de mi madre, aquel 6 de mayo de 1955. Amigos de mi abuelo y de mis padres llegaron con juegos de copas, de café, de té, vajillas, búcaros y otros adornos de cristales finos, a la ceremonia nupcial aquella primavera y quedaron en la imagen del fotógrafo Muñoz...
  Otras tazas, platos, azucareras y licoreras las guardaba mi abuela paterna como reliquia y las heredé en buena lid, luego de que el marido de mi difunta tía se negara a entregármelas y tuve que recurrir a la legalidad y la justicia, porque mi abuelo dijo, y cuando mi abuelo decía...., que todo era mío.


  En la centenaria vitrina del juego de comedor de mis abuelos paternos, que exhibo en mi casa, estaban guardadas las porcelanas como tesoros, no por el valor material, que es bastante, sino por sus historias, por sus antiguos dueños, por el recuerdo, por la espiritualidad...
  Allí detrás del vidrio tallado, encima de un grueso cristal transparente, límpido, retaba al tiempo una taza donde tomó café mi bisabuelo materno. Era pequeña, de color dorado, y contenía el aliento de aquel hombre de trabajo, maquinista de una locomotora, que seguramente casi de madrugada saboreaba el néctar que traía Magdalena en sus finas manos...
  A la izquierda el juego de té, de porcelana francesa, fino, sobrio, con preciosos dibujos a relieve. A veces solía desempolvarlo y compartir con mis hijos un té en las tardes. Casi era una ceremonia, no tanto como los ingleses, pero disfrutábamos el té a la par que yo les contaba historias del día en que mi madre y mi padre unieron sus vidas hasta que los separó la muerte.
  Junto a unas tazas elegantes, con finas “paticas” doradas, guardaba una paleta, de esas que se usan para cortar tortas o kakes, y que mi madre decoró con cintas rojas el día en que cumplí 15 años y me hizo prometer que sí yo tenía hijas o nietas, hiciera lo mismo el día en que llegaran a la linda edad de los tres lustros.

  Todas las piezas de porcelana eran objeto de alabanza, cada vez que alguien miraba detenidamente el contenido de mi vitrina. En más de una oportunidad hasta me ofrecieron dinero y mucho, por ellas; y yo siempre renuente a deshacerme de ninguna. Eran la memoria viva de mi infancia, de la sonrisa eterna de mi madre.
Hasta que uno de estos días, Víctor, mi esposo, accidentalmente hizo que vinieran abajo todas y cada una de las porcelanas. Las encontré en trizas, después que vino también abajo el cristal grueso, transparente, límpido...
  Mi Rey guardó algunos trozos de recuerdo para que pueda contarle algún día a mis nietos que mi padre gustaba tomarse un trago en un vasito pequeño de color verde y que según decía mi tía era de cristal de bohemia...

  Ahora, miro a la vitrina casi vacía, suspiro por mis pequeños tesoros familiares, todavía me digo conteniendo hasta la rabia: qué le hago a Víctor?

5 comentarios:

  1. Me dan ganas de sentarme a tu lado y llorar con vos y tus recuerdos...
    Pero como dijo una amiga en común, las cosas son sólo cosas, y la sonrisa eterna de tu madre está en el éter, y ningún objeto roto se la llevará.

    A Víctor, una piadosa caricia de perdón, porque imagino su angustia por el destrozo involuntario.

    Un abrazo, que no repara porcelanas y cristales, pero intenta sanar el alma...



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    1. Gracias querida Mimí, tu abrazo me llega del Sur y me cura porque es verdadero
      Otra amiga en común me sugiere el anonimato, pero las historias tienen sus protagonistas.
      Víctor lo leyó y suspiró...
      Claro que se angustió por el destrozo y claro que le perdono; pero duele!!!

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  2. Se te siente, Bárbara, en tu relato. Entiendo, es como si le faltase algo al recuerdo, me imagino la desazón mirando la vitrina.

    En fin, accidentes dolorosos, pero accidentes al fin, a Víctor un gran abrazo, ya q imagino la congoja de su corazón también cada vez q pasa por esa vitrina y te imagina mirándola.

    Un beso austral (pero no de frío)
    Patricia

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  3. Yo me conformaria cortandole los huevos.
    Juana.

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  4. ¿Qué le haces a Víctor? Quererlo. Su castigo ya lo tiene... Lo tuvo desde que vio hechos trizas tus recuerdos.

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