(Esta, una de las crónicas del libro, la debo desde hace mucho a un amigo entrañable y de siempre)
Crónicas de mi Aldea XIII
Traía, no obstante, el repaso de lo acontecido en las jornadas de clases. El periodismo de agencia exigía síntesis, oraciones lineales, nada de adjetivos y la inmediatez; por eso traía en su mente cables o despachos, hilvanados en cuatro o cinco líneas, con una idea central y otras secundarias…
Estudiar periodismo fue lo que quiso siempre. Su maestra de cuarto grado lo descubrió una tarde cuando revisaba una composición redactada por la niña. Después de dar la máxima nota en la hoja rayada (escribir con la mano zurda en hojas blancas es un desafío a las rectas) le miró fijamente y le dijo: …”estoy casi segura de que serás periodista, cuando redactas, lo haces con coherencia y de una manera muy especial…”
Aquella tarde calurosa, cuando regresaba de la universidad, BM sorteaba el espacio entre la parada del ómnibus y su casa, redactando noticias cablegráficas en su mente, pensando en un buen material para entregar al profesor Salvador Bueno, sobre Cecilia Valdés, ese clásico de la literatura universal, y loca por bajarse de los tacones, aquellos beige, cuyos huequitos apretaban los dedos y los mantenían presos…
Lo vio de repente, como uno de los 24 cuadros por segundo de una película en el cinematógrafo, recostado a la cerca de malla perle del parque infantil, en el centro del batey. Tenía una de las piernas encima del banco, en contra de las normas de urbanidad, y la otra colgaba y se apoyaba en la acera. Su rostro, tal vez, algo pálido, denotaba que algo no andaba bien en la sub corteza.
El primer impulso fue acercarse, saludarle, hacerle mil y una pregunta. Tan amigos desde tan niños, escuela, fiestas, bailes, otros amigos comunes…los vio también como una película cruzar rápidamente por su cerebro…
Allí con unos veinte años cortos, la mirada perdida en el horizonte, detrás de la línea del ferrocarril, estaba su buen amigo. Recientemente había perdido su carrera en la universidad. Estudiaba medicina, de los mejores de su curso, el sueño acariciado por muchos y que él materializaba porque su inteligencia, empeño y voluntad le hacían un estudiante de vanguardia.
Pero a alguien se le ocurrió decir en la universidad, a donde llegó por sus méritos, por sus notas, por su vocación, que la familia de él abandonaría el país, y a otro alguien se le ocurrió decir… que entonces él también se iría…
Y él NO se iba, y él quería hacerse médico y curar a los niños, y aprender la magia de salvar una vida, y entrar a un quirófano vestido de verde y extraer una apéndice…y pararse en la puerta y decir a los familiares del enfermo: …todo resuelto…
O llegar a una sala de oncología y dar esperanzas a los allí ingresados porque una vacuna vendría a resolver los tantos sufrimientos del milenario cáncer.
BM prefirió seguir el camino, con los ojos húmedos, apretando contra su pecho la carpeta que traía sus libros, los cables y un bolígrafo verde…No miró hacia atrás, no tenía palabras, no podría explicarle, ni convencerle.
Por un instante, una chispa de aquellos ojos clarísimos, los mismos que se “engurruñaban” para evitar el sol y dar duro con el bate a la pelota, en la distancia que la separaba del banco del parque infantil, le dijo: “me voy, no me queda nada que hacer” y ella apuró el paso, presumiendo una verdad que no quería creer…
De vez en vez cuando BM cruza por el parque infantil, el banco en el mismo sitio le recuerda al amigo noble y gruñón.
Tal vez él ahora mismo, sentado en otro parque, a unos 180 de kilómetros al norte, en la distancia, sin acumular rencores, como noble ser humano que es…traiga a su memoria los días del médico que no fue.
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