Salvedad
No es usual en mi blog postear contenidos de otros. En primer lugar porque amo la palabra y el periodismo y disfruto compartiendo lo que pienso, con los que se arriesgan a entrar en esta casa.
Este material es una salvedad. Los que me conocen saben que está escrito en mi “cuerda”. Sin proponérselo, Caselo describió al amigo común que es Vicente Feliú como yo misma hubiera querido describirlo. Entonces hoy Caselo desde Colombia, en el Sur de nuestro bello continente, entró en mi casa…
A dúo con Vicente Feliú
Carlos Eduardo Rojas Arciniegas- Caselo
Hay tanta felicidad en cada uno de los rostros: sonrisas plenas, miradas luminosas, colores y más colores. No me canso de repasar una y otra vez las fotos. Las miro con el deleite de un niño, la complicidad de un amigo entrañable y la emoción de haber estado allí, aunque no físicamente. Sé que al decir estuve de corazón, corro el peligro de caer en un lugar común; pero sucede que, en ocasiones, el Universo confabula de tal manera que tiempo y espacio terminan siendo relativos, como la terquedad que pareciera sumergir al mundo en un agujero negro. De ahí que mi presencia, en aquel instante único e irrepetible, haya sido uno de los milagros que acostumbra a hacer la música, cuando se convierte en mensajera del amor. Basta echar un vistazo al pasado, para comprender hasta qué punto el arte y la sensibilidad son capaces de dejar una luz donde solamente reinaban las tinieblas.
Por los años setenta la utopía Latinoamericana fue reemplazada por el terror. Una pesadilla que estranguló la libertad se instaló en fronteras de alambres de púas, lápices rotos en las noches frías o estadios- supuestamente de fútbol- en cuyas graderías y muros no se oía el eco de los aficionados, sino el silencio de las tumbas sin nombre. El llamado verde oliva sirvió para maquillar la muerte, disfrazando a cientos de autómatas de cascos, armas, botas y grados militares. Argentina y Chile, principalmente, quedaron aislados del resto del continente, en una suerte de cortina de hierro o muralla infranqueable; sólo que en el caso de los países suramericanos se trató de la estrategia de un poder unipolar que, décadas más adelante y en la actualidad, pretendía acabar las diferencias a punta de guerras, asesinatos, desapariciones, torturas. Y en medio de aquel laberinto de fantasmas y espejismos, la música abrió una ventanita a la esperanza. En casetes que se pasaban de mano en mano, los jóvenes chilenos y argentinos escuchaban (a escondidas, debajo de las cobijas, en reuniones clandestinas) las canciones que representaron un renacer de la lucha por la liberación. Y luego las paseaban de viva voz, tarareándolas por la calle. Así cada estrofa se transformó en escudo contra el ruido tenebroso del totalitarismo. Por estas tierras la canción social -o música protesta como la bautizaron algunos-en el alma y en las voces de Mercedes Sosa, Alberto Cortez, Atahualpa Yupanqui, Horacio Guaraní, León Giecco, Inti Illimani, Cuarteto Zupay, Quinteto tiempo, Alí Primera, Víctor Jara, Violeta Parra. Y junto a ellos la Nueva trova cubana, un movimiento que acabó de sembrar la semilla de una revolución que sí pudo ser; una amalgama de tradiciones, compromiso y sensibilidad que se propagó contagiando a todo un pueblo. Porque al lado de sones de tambores o de boleros melancólicos y nostálgicos, la poesía se convirtió en el eco de la consciencia y se encargó de anclar la dignidad y el amor propio en el imaginario de los habitantes de una isla que decidió asumir, de una vez y para siempre, las riendas de su destino. Acompañados de sus inseparables guitarras Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Vicente Feliú, entre otros, contribuyeron a que la música obrara igual que un milagro y se volvieron los aliados de un sueño compartido por aquella juventud latinoamericana. Y con ellos un puñado de poetas, pintores, cineastas que supieron hallar en el arte el vehículo que uniera voluntades y buscar así otra emancipación, de las tantas que hemos tenido- y tendremos- que alcanzar.
Y vuelvo a mirar las fotos. Está la gente con la que he compartido en el último año. Gente que me ha abierto su corazón (inclusive las puertas del amor) haciéndome entender que la distancia no significa que estemos aislados; por el contrario, ahora más que nunca somos protagonistas de un mundo que se niega todavía a escucharnos. Gracias al bichito de le tecnología tenemos la posibilidad de organizar “trincheras de resistencia” (en palabras de Mario Mendoza, escritor Colombiano), expresarnos libremente (mientras no censuren en internet, por supuesto), intercambiar puntos de vista o, simplemente, echar a volar la imaginación. Por ejemplo, visito frecuentemente el blog de Silvio Rodríguez, comento sus entradas y de vez en cuando él me saluda y responde alguna de mis intervenciones. También el de Vicente Feliú con quien, además, tenemos contacto en una de las tantas redes sociales. Y en esos espacios se han formado lazos de fraternidad, he conocido más acerca de la historia de Cuba y me he solidarizado en causas como el cese del bloqueo de Estados Unidos, la libertad de los cinco héroes cubanos (presos injustamente en Norteamérica), las protestas estudiantiles en Chile y en mi país Colombia, el movimiento de los indignados en España, etc.
Nosotros escuchamos su música, ellos nos leen y armamos una red de sentimientos e ideas que se extiende sin límites. Entonces contamos todos, nos apropiamos del lenguaje, le damos vida, hasta materializar un encuentro que antes no dejaba de ser una ilusión. Eso pasó el 13 de octubre en Pergamino, una de las estaciones de Vicente Feliú en su gira por Argentina.
Fui testigo de los preparativos, puesto que la mujer que amo y una amiga muy querida viven allá. Ninguno lo podíamos creer, pero la fecha se acercaba y con ella la consolidación de una amistad que se forjó en medio de cables, teléfonos, afinidades y muchísima confianza. Fuera de eso la primavera ya había llegado, presagio colorido, luminoso y refrescante de mejores días por venir.
La noche anterior al concierto, recibí un mensaje:
“Caselo querido, tengo mucha ilusión en mi viaje a Pergamino mañana jueves, especialmente por Adrimar y Chely. ¿Quieres que le de a tu amada algún saludo especial, de sorpresa, alguna canción que pueda cantarle? Salgo mañana a las 9 de la mañana y abriré esto antes de salir. Un abrazo fuerte.
V”.
Duré varios minutos con los ojos clavados en la pantalla. Las teclas se escondieron - o se hicieron invisibles las condenadas- como si me estuvieran jugando una broma. Pero las teclas seguían en el mismo sitio: eran mis dedos que, en vez de escribir, caían sobre ellas, similares a las primeras gotas de una llovizna reparadora en la inmensidad de un desierto. Salí de mi sorpresa, me calmé, sonreí agradecido y contesté:
“Hermanoooooooooo, qué lindo detalle de tu parte. Hay una de tus canciones que me encanta y que le dedicaría a mi Chely: "Mira como te quiero mujer". Querido Vicente, en Colombia todavía acostumbramos a dar serenatas y te juro que me siento como si a través de ti le estuviera dedicando una serenata a la mujer que amo. Gracias desde el fondo de mi corazón, un abrazo enorrrrrrrrrrme.
Caselo”.
Me paré, fui a la cocina y preparé un café. Regresé, prendí un cigarrillo y me pareció que el humo formaba una mano dispuesta a estrecharse con la mía. Abrí Youtube, puse la canción y la repetí muchísimas veces. Al rato apareció otro mensaje:
“Caselo, veré en el camino si puedo con la que me pides (me queda sumamente alta a estas alturas). Si no puedo, le dedico alguna que funcione en tu nombre y le hablo de las serenatas. Abrazos.
V”.
Y ahí, en su sinceridad, quedó retratado Vicente Feliú. El hombre que confiesa sentirse afortunado de no ser famoso. El compañero al que todos llaman cariñosamente “Tinto”. El compositor que empieza a hacer una canción a partir del nombre con el que la bautizó. El guía que preservó los compromisos de la Nueva Trova y se dedicó a fundar, consolidar y reunir artistas iberoamericanos en “Canto de todos” a finales de los 90. El tipo que respeta, admira y es amigo de los gatos. El eterno enamorado de su Aurora Hernández; el que habla de ella y de su sentimiento en cualquier lugar. El padre cómplice de sus hijos que vive pendiente de ellos y los protege, aún estando lejos. El comprometido que no tiene pelos en la lengua para defender la revolución cubana o para decir que lo peor que le puede pasar al Che es que lo conviertan en Dios. El latinoamericano que se siente orgulloso de serlo y quisiera seguir el camino de aquellos visionarios, aventureros, locos y valientes que lucharon por construir una sola patria de México a la Patagonia. El incondicional que cree en Fidel Castro y lo considera el referente político de la actualidad.
Imaginé a Vicente ensayando la canción que le pedí, bajándole el tono o esforzando su garganta a ver si lograba acomodarla. Me dio vergüenza, lo admito, no iba a ponerlo en esas. De inmediato le respondí:
“Hermano querido, cualquier canción tuya será muy especial. Gracias Vicente, un abrazo enorme y disfruta Pergamino”.
Quedé con esa sensación de cosquilleo en el estómago de pura felicidad. Me dormí pensando en los tesoros que me regala día a día la vida y, sobre todo, en la capacidad del ser humano de dar y recibir amor. Definitivamente “No es fácil” (recordé una de las canciones de Vicente en los años de inicio de La Nueva Trova) que nos maten el alma.
Me enteré de que la tarde que antecedió al recital fue maravillosa. Un almuerzo en casa de Adriana Cantale (Adrimar), entre anécdotas, risas, uno que otro vino, siesta incluida del trovador y la simpatía y sencillez de las cantantes argentinas Paula Ferré (con su esposo y músico Adrian Odriazola) y Alejandra Rabinovich (¿Tendrá alguna relación familiar con el Rabinovich de Les Luthiers?), encargadas de acompañar a Vicente en el concierto. Dos amigas-también argentinas-se unieron al acontecimiento, convocadas por esos lazos fraternales que se generaron en los blogs de Silvio y Vicente (PModa Y Adriana Amado). Carmen, la tía de Adrimar, que estoy seguro disfrutó al máximo la reunión. Y mi Chely, siempre sonriente, con el alma y el corazón de par en par, gozando lo inimaginable. Una mujer convencida de que la magia se esconde en las cosas más sencillas.
Ella me contó que, ya de noche en El Florentino (teatro bar en el que se hizo el espectáculo), las mesas estaban llenas. Los asistentes departían animadamente, se saludaban, daban rienda suelta a su alegría. El bullicio se apagó poco a poco, al escucharse una voz que venía de la parte del bar del establecimiento. Vicente cantó a capela, a medida que atravesaba el pasillo que lo separaba del escenario. Subió las escaleras, tomó la guitarra y terminó su interpretación. En seguida miró a su público, suspiró, agarró el micrófono y, palabras más palabras menos, dijo:
“Vengo a Pergamino porque gracias a internet, a los blog, a facebook, he conocido personas como Adriana Cantale, a quien le agradezco su amistad y su hospitalidad. Pero también traigo el mensaje de un amigo que vive en Colombia, Carlos Eduardo Rojas Arciniegas- Caselo, que ama a una mujer de Pergamino. Y ayer le escribí preguntándole si quería que de su parte le dedicara una canción a su amada. Él me respondió que claro, que en Colombia todavía se acostumbra a dar serenatas. Por eso Chely, esta canción es para ti…”
Cuando comenzó a cantar, mi Chely gritó: “Vamos Colombia”; y a la mañana siguiente me escribió: “Una noche maravillosa amor, la serenata soñada y tu nombre sonando en las paredes de pergamino”.
Al final no supe qué tema le dedicó “Tinto". Pregunté, me dieron unos nombres; no obstante resultó imposible dar con la canción. Tal vez el entusiasmo por el sueño alcanzado y, por qué no, la incredulidad, debieron aliarse para que tampoco quedara registrada en video. Es lo de menos. La serenata sí quedó grabada en el aire primaveral de Pergamino y en dos corazones enamorados.
Por los años setenta la utopía Latinoamericana fue reemplazada por el terror. Una pesadilla que estranguló la libertad se instaló en fronteras de alambres de púas, lápices rotos en las noches frías o estadios- supuestamente de fútbol- en cuyas graderías y muros no se oía el eco de los aficionados, sino el silencio de las tumbas sin nombre. El llamado verde oliva sirvió para maquillar la muerte, disfrazando a cientos de autómatas de cascos, armas, botas y grados militares. Argentina y Chile, principalmente, quedaron aislados del resto del continente, en una suerte de cortina de hierro o muralla infranqueable; sólo que en el caso de los países suramericanos se trató de la estrategia de un poder unipolar que, décadas más adelante y en la actualidad, pretendía acabar las diferencias a punta de guerras, asesinatos, desapariciones, torturas. Y en medio de aquel laberinto de fantasmas y espejismos, la música abrió una ventanita a la esperanza. En casetes que se pasaban de mano en mano, los jóvenes chilenos y argentinos escuchaban (a escondidas, debajo de las cobijas, en reuniones clandestinas) las canciones que representaron un renacer de la lucha por la liberación. Y luego las paseaban de viva voz, tarareándolas por la calle. Así cada estrofa se transformó en escudo contra el ruido tenebroso del totalitarismo. Por estas tierras la canción social -o música protesta como la bautizaron algunos-en el alma y en las voces de Mercedes Sosa, Alberto Cortez, Atahualpa Yupanqui, Horacio Guaraní, León Giecco, Inti Illimani, Cuarteto Zupay, Quinteto tiempo, Alí Primera, Víctor Jara, Violeta Parra. Y junto a ellos la Nueva trova cubana, un movimiento que acabó de sembrar la semilla de una revolución que sí pudo ser; una amalgama de tradiciones, compromiso y sensibilidad que se propagó contagiando a todo un pueblo. Porque al lado de sones de tambores o de boleros melancólicos y nostálgicos, la poesía se convirtió en el eco de la consciencia y se encargó de anclar la dignidad y el amor propio en el imaginario de los habitantes de una isla que decidió asumir, de una vez y para siempre, las riendas de su destino. Acompañados de sus inseparables guitarras Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Vicente Feliú, entre otros, contribuyeron a que la música obrara igual que un milagro y se volvieron los aliados de un sueño compartido por aquella juventud latinoamericana. Y con ellos un puñado de poetas, pintores, cineastas que supieron hallar en el arte el vehículo que uniera voluntades y buscar así otra emancipación, de las tantas que hemos tenido- y tendremos- que alcanzar.
Y vuelvo a mirar las fotos. Está la gente con la que he compartido en el último año. Gente que me ha abierto su corazón (inclusive las puertas del amor) haciéndome entender que la distancia no significa que estemos aislados; por el contrario, ahora más que nunca somos protagonistas de un mundo que se niega todavía a escucharnos. Gracias al bichito de le tecnología tenemos la posibilidad de organizar “trincheras de resistencia” (en palabras de Mario Mendoza, escritor Colombiano), expresarnos libremente (mientras no censuren en internet, por supuesto), intercambiar puntos de vista o, simplemente, echar a volar la imaginación. Por ejemplo, visito frecuentemente el blog de Silvio Rodríguez, comento sus entradas y de vez en cuando él me saluda y responde alguna de mis intervenciones. También el de Vicente Feliú con quien, además, tenemos contacto en una de las tantas redes sociales. Y en esos espacios se han formado lazos de fraternidad, he conocido más acerca de la historia de Cuba y me he solidarizado en causas como el cese del bloqueo de Estados Unidos, la libertad de los cinco héroes cubanos (presos injustamente en Norteamérica), las protestas estudiantiles en Chile y en mi país Colombia, el movimiento de los indignados en España, etc.
Nosotros escuchamos su música, ellos nos leen y armamos una red de sentimientos e ideas que se extiende sin límites. Entonces contamos todos, nos apropiamos del lenguaje, le damos vida, hasta materializar un encuentro que antes no dejaba de ser una ilusión. Eso pasó el 13 de octubre en Pergamino, una de las estaciones de Vicente Feliú en su gira por Argentina.
Fui testigo de los preparativos, puesto que la mujer que amo y una amiga muy querida viven allá. Ninguno lo podíamos creer, pero la fecha se acercaba y con ella la consolidación de una amistad que se forjó en medio de cables, teléfonos, afinidades y muchísima confianza. Fuera de eso la primavera ya había llegado, presagio colorido, luminoso y refrescante de mejores días por venir.
La noche anterior al concierto, recibí un mensaje:
“Caselo querido, tengo mucha ilusión en mi viaje a Pergamino mañana jueves, especialmente por Adrimar y Chely. ¿Quieres que le de a tu amada algún saludo especial, de sorpresa, alguna canción que pueda cantarle? Salgo mañana a las 9 de la mañana y abriré esto antes de salir. Un abrazo fuerte.
V”.
Duré varios minutos con los ojos clavados en la pantalla. Las teclas se escondieron - o se hicieron invisibles las condenadas- como si me estuvieran jugando una broma. Pero las teclas seguían en el mismo sitio: eran mis dedos que, en vez de escribir, caían sobre ellas, similares a las primeras gotas de una llovizna reparadora en la inmensidad de un desierto. Salí de mi sorpresa, me calmé, sonreí agradecido y contesté:
“Hermanoooooooooo, qué lindo detalle de tu parte. Hay una de tus canciones que me encanta y que le dedicaría a mi Chely: "Mira como te quiero mujer". Querido Vicente, en Colombia todavía acostumbramos a dar serenatas y te juro que me siento como si a través de ti le estuviera dedicando una serenata a la mujer que amo. Gracias desde el fondo de mi corazón, un abrazo enorrrrrrrrrrme.
Caselo”.
Me paré, fui a la cocina y preparé un café. Regresé, prendí un cigarrillo y me pareció que el humo formaba una mano dispuesta a estrecharse con la mía. Abrí Youtube, puse la canción y la repetí muchísimas veces. Al rato apareció otro mensaje:
“Caselo, veré en el camino si puedo con la que me pides (me queda sumamente alta a estas alturas). Si no puedo, le dedico alguna que funcione en tu nombre y le hablo de las serenatas. Abrazos.
V”.
Y ahí, en su sinceridad, quedó retratado Vicente Feliú. El hombre que confiesa sentirse afortunado de no ser famoso. El compañero al que todos llaman cariñosamente “Tinto”. El compositor que empieza a hacer una canción a partir del nombre con el que la bautizó. El guía que preservó los compromisos de la Nueva Trova y se dedicó a fundar, consolidar y reunir artistas iberoamericanos en “Canto de todos” a finales de los 90. El tipo que respeta, admira y es amigo de los gatos. El eterno enamorado de su Aurora Hernández; el que habla de ella y de su sentimiento en cualquier lugar. El padre cómplice de sus hijos que vive pendiente de ellos y los protege, aún estando lejos. El comprometido que no tiene pelos en la lengua para defender la revolución cubana o para decir que lo peor que le puede pasar al Che es que lo conviertan en Dios. El latinoamericano que se siente orgulloso de serlo y quisiera seguir el camino de aquellos visionarios, aventureros, locos y valientes que lucharon por construir una sola patria de México a la Patagonia. El incondicional que cree en Fidel Castro y lo considera el referente político de la actualidad.
Imaginé a Vicente ensayando la canción que le pedí, bajándole el tono o esforzando su garganta a ver si lograba acomodarla. Me dio vergüenza, lo admito, no iba a ponerlo en esas. De inmediato le respondí:
“Hermano querido, cualquier canción tuya será muy especial. Gracias Vicente, un abrazo enorme y disfruta Pergamino”.
Quedé con esa sensación de cosquilleo en el estómago de pura felicidad. Me dormí pensando en los tesoros que me regala día a día la vida y, sobre todo, en la capacidad del ser humano de dar y recibir amor. Definitivamente “No es fácil” (recordé una de las canciones de Vicente en los años de inicio de La Nueva Trova) que nos maten el alma.
Me enteré de que la tarde que antecedió al recital fue maravillosa. Un almuerzo en casa de Adriana Cantale (Adrimar), entre anécdotas, risas, uno que otro vino, siesta incluida del trovador y la simpatía y sencillez de las cantantes argentinas Paula Ferré (con su esposo y músico Adrian Odriazola) y Alejandra Rabinovich (¿Tendrá alguna relación familiar con el Rabinovich de Les Luthiers?), encargadas de acompañar a Vicente en el concierto. Dos amigas-también argentinas-se unieron al acontecimiento, convocadas por esos lazos fraternales que se generaron en los blogs de Silvio y Vicente (PModa Y Adriana Amado). Carmen, la tía de Adrimar, que estoy seguro disfrutó al máximo la reunión. Y mi Chely, siempre sonriente, con el alma y el corazón de par en par, gozando lo inimaginable. Una mujer convencida de que la magia se esconde en las cosas más sencillas.
Ella me contó que, ya de noche en El Florentino (teatro bar en el que se hizo el espectáculo), las mesas estaban llenas. Los asistentes departían animadamente, se saludaban, daban rienda suelta a su alegría. El bullicio se apagó poco a poco, al escucharse una voz que venía de la parte del bar del establecimiento. Vicente cantó a capela, a medida que atravesaba el pasillo que lo separaba del escenario. Subió las escaleras, tomó la guitarra y terminó su interpretación. En seguida miró a su público, suspiró, agarró el micrófono y, palabras más palabras menos, dijo:
“Vengo a Pergamino porque gracias a internet, a los blog, a facebook, he conocido personas como Adriana Cantale, a quien le agradezco su amistad y su hospitalidad. Pero también traigo el mensaje de un amigo que vive en Colombia, Carlos Eduardo Rojas Arciniegas- Caselo, que ama a una mujer de Pergamino. Y ayer le escribí preguntándole si quería que de su parte le dedicara una canción a su amada. Él me respondió que claro, que en Colombia todavía se acostumbra a dar serenatas. Por eso Chely, esta canción es para ti…”
Cuando comenzó a cantar, mi Chely gritó: “Vamos Colombia”; y a la mañana siguiente me escribió: “Una noche maravillosa amor, la serenata soñada y tu nombre sonando en las paredes de pergamino”.
Al final no supe qué tema le dedicó “Tinto". Pregunté, me dieron unos nombres; no obstante resultó imposible dar con la canción. Tal vez el entusiasmo por el sueño alcanzado y, por qué no, la incredulidad, debieron aliarse para que tampoco quedara registrada en video. Es lo de menos. La serenata sí quedó grabada en el aire primaveral de Pergamino y en dos corazones enamorados.
Bárbara, no imaginas la alegría que siento al ver que compartiste en tu blog mi texto. Me pasó lo mismo cuando Rey me abrió las puertas de su blog con otra de mis crónicas. En Colombia es muy difícil que te tengan en cuenta. Aunque ya tengo un par de publicaciones y un segundo lugar en un concurso de relato breve en España, todavía estoy tocando puertas. Sigo adelante Bárbara y gestos como el tuyo y el de Rey me animan y llenan de esperanza. Por supuesto puedes utilizar las palabras de que necesites de este texto; me haces un honor inmenso porque, aparte de la historia en sí, me resulta especialmente grato saber que logré expresar lo que significa para mí Vicente Feliú. Y es emocionante, además, porque no lo conozco personalmente, pero sus canciones, su amistad virtual, su calidez, traspasan cualquier frontera.Un abrazo y seguimos en contacto.
ResponderEliminarCarlos Eduardo