viernes, 16 de diciembre de 2011

Y luego dicen que el cubano...


  
Atravesé la Calzada de Tirry, conocida en el mundo entero porque es donde vive la universal Carilda Oliver Labra, Premio Nacional de Literatura de Cuba, antes de llegar a mi destino (una tienda Panamericana en busca de un regalo de Navidad) me caí.
  Caí de bruces en plena acera, en la céntrica calle de Tirry y Santa Rita en mi ciudad de Matanzas. Sentí profundo dolor en la frente, en la cara, en el pecho. Las piernas no me respondían, todo se nubló de pronto y perdí la noción.
  No sé que tiempo transcurrió, puede haber sido un minuto, o dos segundos o toda la vida. Sentí a mi alrededor, primera una, dos, tres, luego más y más voces alarmadas. Un hombre, tomó las riendas del asunto:
-         Alguien que pare un auto, arriba!!! Rápido, esta mujer parece que no tiene conocimiento…
Otra voz, ahora femenina:
-Yo creo que es la periodista, la de cultura, se parece a ella pero está boca abajo…
Y yo escuchaba todo el ajetreo, y las palabras no me salían de los labios adoloridos.
Sentí que me levantaban, las piernas parecían muertas. Me sentaron en el  quicio, o muro del portal de la tienda. Al menos ya pude abrir los ojos, pero todavía no articulaba palabras.
  Todo el que pasaba por el sitio se detenía, averiguaba, brindaba ayuda. Unos opinaban que me había bajo la presión, otros que era alta, los más se inclinaban por un mal paso en el desnivel de la acera (menos mal que hoy no se me ocurrió ponerme tacones)
  Por fin sentí como muy lejos el rugir de mi moto, esa triciclo rojo, marca Júpiter, rusa, vieja y medio descompuesta; pero al sentirla me pareció que era el mejor auto del mundo, un Rolls Rogers, una limusina, un jeep de esos grandotes que se ven transitando por las populosas avenidas de las grandes ciudades…
  Mi esposo, quien conducía la Júpiter, llegó por fin a mi lado, revisó mis contusiones, que por suerte no eran tantas, y dijo las palabras mágicas: ayúdenme a montarla en la moto, voy a llevarla a emergencias del policlínico.
  Se ofrecieron varios voluntarios para acompañarme, alguien dio un número de teléfono “por si hace falta algo” otra dijo que vivía muy cerca…
  El aire de este mediodía de diciembre, casi vísperas de mi cumpleaños, reanimó mi espíritu, y aunque con el cuerpo adolorido, el traspié no llegó a tanto, solo fue un mal rato y comprobar una vez más que los cubanos somos los mejores seres humanos del mundo, solidarios, sensibles y honestos.

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