lunes, 23 de junio de 2014

La oficina (+Fotos)



Del libro en preparación Crónicas de mi aldea (XXIII)

La oficina...

¿A dónde irían a parar la balaustrada de maderas preciosas y la memoria que por años atesoró la oficina del ingenio? Se preguntaba Bárbara María mientras pasaba rauda por el infeliz costado del inmueble y dos lágrimas escaparon inevitablemente y corrieron por las mejillas.
En aquel edificio patrimonial de estilo sobrio y arquitectura ecléctica, víctima ahora de la desidia,  permaneció durante casi una década, fue testigo de éxitos y fracasos de las moliendas, visitas importantes, vientos huracanados  y formidables salidas del sol.
Allí conoció la noticia del primer cubano que voló al cosmos, lamentó junto a millones de compatriotas la partida de Celia, mujer-flor, vestida siempre de ternura y firmeza, y sintió pitar a la fábrica, muchas veces, para anunciar o concluir el ciclo anual de producción de azúcar.
En la oficina una se enteraba del último novio de Milagritos, de las locuras de Marta Rosa que avergonzaban a sus padres y de los berrinches de Polito, el listero tan gago como buena gente.

Ahora la convierten en vivienda...

por la ventana de la esquina  Zaida fisgoneaba...
Eran aquellas paredes altas y blanquísimas custodias de registros de cuentas por pagar o cobrar, testimonio vivo del funcionamiento de la maquinaria, archivo pasivo de zafras y zafras como ya no las tiene Cuba, desde hace mucho tiempo.
Detrás de los amplios ventanales de madera y cristal se ganaban el pan de cada día personas honestas, incapaces de adulterar un solo número o una sola letra en tantos y tantos libros que registraban impecablemente la historia.
Sentada y perfumada en el vestíbulo, bien cerca de la barandilla de madera preciosa rezongaba Evita, pidiendo santos y señas para dejar entrar al visitante al recinto, mientras a la izquierda Tabito Barreto y Tato "mamellón" frente a sendas calculadoras manuales sacaban cuentas de las toneladas de caña que llegaban por el ferrocarril, y luego de pasar por la romana iban directo al basculador.
En burós  alineados, perfectos, sobre un piso de mosaicos que Papuchín dejaba brillante cada mañana, Maty, Ramona, Milagritos, Magaly, Minguí, Olga Lidia y Pedrito se encargaban de medios básicos, entradas y salidas al almacén, piezas de repuesto, tuercas, tornillos y cuánto hiciera falta para el buen funcionamiento del central.
Mirtha en su espacio de privilegio, porque respondía ante lo malo o bueno que aconteciera, atendía sonriente; Arias entre libros inmensos marcados por las columnas de débitos y créditos, presumía en su mano derecha un estupendo anillo, constancia de su graduación como económico; Zaida enfrascada en "cuadrar" totales fisgoneaba por la ventana de la esquina, desde donde veía quien entraba y salía del otrora bar de Padilla, o el blúmer que sacaron en la tienda de ropa.
En la oficina nadie hablaba alto, solo un murmullo se escuchaba alguna vez porque aquellos trabajadores que daban las buenas horas, respetaban el silencio ajeno y cumplían al pie de la letra su jornada laboral, constituían ejemplo de las normas elementales de convivencia y educación.
Mientras en el departamento de nóminas  Coqui y su gente pasaba rayas y contaba dobles turnos, al lado Bebo Ipiña recitaba de memoria nombres y cargos plasmados en las plantillas de más de 400 obreros, técnicos, ingenieros, jefes de turnos, brigadas, despalilladores, costureras, mecánicos, purgadores, estibadores, paileros, maquinistas y fogoneros...
La oficina fue escenario de reuniones del sindicato, discusiones de planes decisivos para la economía, preparativos para fiestas de fin de zafra y encuentro permanente de mujeres y hombres bien  adiestrados que mantenían vivo el corazón del ingenio: fuente de empleo para garantizar dignamente los frijoles.
¿Qué quedará del pequeño cubículo de Iraida "la tetona"? ¿A dónde habrá ido a parar aquel aparato de radio, el cual se mantenía hablando solo las 24 horas de todos los días mientras se mantuviera activa una estera, caldera o centrífuga de la fábrica? Se  preguntó  Bárbara María mientras transitaba por la parte trasera de la oficina, admirada como muchas veces por el portal inmenso que la rodeaba y que ahora,  no discierne el color del piso, cubierto por polvo,  abandono e ineptitud.
Atrapada por la nostalgia y la impotencia BM alcanzó a escuchar la voz de su amiga que le decía, casi sin aliento, la están acondicionando para viviendas…
Le ahogó la rabia al no poder gritar a quienes dejaron perder aquel edificio que era sitio colmado de historia, verdadero museo que atesoraba secretos, joya indiscutible del patrimonio intangible de alto valor.
La oficina no tiene color ni movimiento. Sus columnas,  techos perfectos, y  la baranda torneada de maderas preciosas  carecen de voz para quejarse ante la insensibilidad. Dividida en cuartones mugrientos, soportará impávidamente hasta que el tiempo decida, definitivamente, cuál será su futuro.

En el centro del Batey, la oficina...

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